En el marco de las conferencias Contexto Digital de la Biblioteca Luis Ángel Arango en Bogotá, se realizó la charla “Internet, ciudadanías y derechos” en las que participaron Juanita León de la Silla Vacía y María Juliana Soto*, de la Fundación Karisma.
Presentamos la charla que María Juliana compartió ese día con los asistentes a “Internet, ciudadanías y derechos”
Primera parte, tomada del artículo “Apuntes sobre el autor en tiempos del relajo”.
En el cuento Quaestio de centauris del escritor italiano Primo Levi, se describe una versión distinta de la creación de la vida en la Tierra, la versión de la tradición de los centauros, criaturas mitológicas mitad caballo, mitad hombre. En aquella versión, fueron salvados en el arca de Cutnofeset (Noé, para nosotros) sólo los arquetipos, las especies claves: el hombre, pero no el simio; el caballo, pero no el asno, el gallo y el cuervo, pero no el buitre, y así.
La pregunta entonces es ¿cómo nacieron las otras especies? La leyenda dice que la Tierra quedó cubierta por un fango primordial que albergaba en su putrefacción todos los fermentos de lo que había perecido en el diluvio, y que ese fango era extraordinariamente fértil. Citando a Levi: “el universo entero sintió, amor, tanto que por poco retornó al caos”. En Quaestio de centauris el aire es cálido, las criaturas y las cosas están próximas, hay diálogo, creatividad y una dinámica de intercambio de experiencias que hoy los investigadores en ciencias sociales y humanas llaman memoria colectiva.
Se parece un poco a Internet, si lo entendemos como un ecosistema heterogéneo que se mueve, más que siguiendo un camino establecido, bajo las lógicas poco predecibles de la deriva. Aunque, por supuesto, existen rutas marcadas (por el capital y la ideología neoliberal) existe en Internet la ilusión de “libertad” que el mismo capitalismo construye en su esencia narrativa. Pero hay quienes, conscientes de esta situación, optan por hackear las plataformas tecnológicas del mundo contemporáneo con el objetivo de “propiciar el acceso a la tecnología para empoderar a las personas” (Carolina Botero, 2012), porque saben que darle la espalda es una tontería.
Internet ha sido ese lugar “extraordinariamente fértil” para la génesis de cruces antes inimaginables: narrativas transmedia, conexiones a un click, además de todo lo que nos repite y vende, día a día: la publicidad. Pero desde mi perspectiva, hay algo muy importante que Internet evidenció y es que la creación no es un acto solitario, de origen sacro, sino el fruto de un proceso de comunicación, de “común- acción” en el que las ideas se copian, se transforman y se combinan.
Segunda parte
Cuando tenía unos 6 años, iba a una clase de música que recuerdo con mucho cariño, sobre todo por un ejercicio que repetimos con bastante frecuencia: las niñas y los niños hacíamos fila frente a un piano y cuando nos tocaba el turno debíamos seguir la melodía en donde el anterior la había dejado y empatar. Ahora que lo pienso, creo que ese ejercicio me enseñó que compartir (un piano para 5 o 6 estudiantes) no solo tiene que ver con prestarse cosas materiales, sino que está relacionado con saberse comunicar, con saber leer al otro y a partir de ahí seguir.
Cuando estaba estudiando en Univalle, comencé a escuchar sobre un movimiento llamado cultura libre, que utilizaba licencias creative commons para poner a circular sus contenidos en la red. Ni idea, no sabía qué era eso. Esto fue gracias a un colectivo de radio llamado Oír Más, en donde escuchábamos muchas experiencias de radio alternativa de Argentina, México, España, que circulaban a una velocidad insufrible por la red del 2007, pero que ya nos comenzaban a mostrar otros mundos posibles en nuestra carrera como comunicadores.
Cuando tuve que buscar trabajo, mi carta de presentación fue mi trabajo de grado, pues tuve el privilegio de estudiar en una universidad pública y dedicarme solo a eso, a estudiar. Entonces no había trabajado en nada más que en leer, escribir y escuchar radios. Algo que no es muy común en este país. Tuve buena suerte.
El proyecto de grado se resume así: conformar un colectivo de comunicación, cuyo eje central fuera la radio y sigue siendo -porque existe hoy en día, después de 6 años-, y cuyos contenidos iban a insertarse en la dinámicas de la cultura libre y por eso, al entregar el documento a la universidad, firmamos un papel que decía que ese trabajo tenía una licencia creative commons. Para ese entonces ya lo entendía mejor y me alegraba saber que estábamos declarando pública y legalmente que nos interesaba la circulación libre de ese conocimiento que habíamos puesto en común.
Busqué trabajo con las personas que me habían explicado cómo funcionaba el movimiento de cultura libre en Colombia y de qué manera NoísRadio, que es el nombre de nuestro colectivo, se insertaba en él, y esas personas estaban en la Fundación Karisma, una organización de la sociedad civil colombiana, conformada por un grupo interdisciplinar que trabaja por la defensa de los derechos humanos en entornos digitales. Esto pasó hace poco más de cinco años.
¿Pero qué es esto de derechos humanos en Internet?
Si volvemos al cuento de Levi para entender internet como un ecosistema, resulta fácil imaginarse que en ese ecosistema está sucediendo gran parte de nuestra vida: estamos no solo comunicándonos, sino trabajando, haciendo transferencias bancarias, comprando pasajes, haciendo amigos, enamorándonos, además de expresar nuestras opiniones y conociendo las de otras y otros que no necesariamente están a miles de kilómetros (yo creo, sin ninguna base teórica, ojo, es mera suposición, que la gran mayoría de usuarias y usuarios de Internet nos interesa mucho el contenido local: leer la prensa local, nacional, enterarnos de los eventos que hay en la ciudad, involucrarse con grupos que están cerca y hablar sobre nuestra realidad) También, usamos internet para estudiar, investigar y compartir los resultados de lo que hacemos, y por supuesto para crear y divertirnos.
Pero también es un campo en donde la humanidad ha vaciado tanto lo bueno, como lo malo de sí misma. En internet también nos odiamos, nos discriminamos, nos destruimos la autoestima, mientras compartimos los detalles más superfluos de nuestras vidas como qué estamos comiendo o donde carajos estamos, a cada medio minuto, como si fuera tan importante. Y es tan fuerte el espejismo, que nos impide ver con claridad, que nos hemos convertido también en productos y en mercancías.
Entonces si ponemos en lenguaje de derechos humanos esas acciones que acabo de enumerar, encontramos que:
- Comunicarse y expresarse, tiene que ver con el derecho a la libertad de expresar y difundir nuestro pensamiento y opiniones, y también con el derecho a la información pública.
- Hacer amigos, tiene que ver con el derecho a la intimidad personal y familiar.
- Trabajar, tiene que ver con el derecho a un trabajo en condiciones dignas y justas.
- Realizar transacciones bancarias, comprar pasajes también tiene que ver con el derecho a la intimidad pues para hacerlo tenemos que confiar nuestros datos personales a entidades públicas y privadas.
Estudiar e investigar, tiene que ver con el derecho al acceso al conocimiento, a la ciencia, a la técnica, y a los demás bienes y valores de la cultura, y también tiene que ver con la tensión que existe entre el acceso al conocimiento y las, cada vez más restrictivas, leyes de derecho de autor, que a su vez, se ponen en tensión al hablar de acceso a la cultura, si nos pasamos al terreno de la creación de contenidos.
Y así, sucesivamente. Nuestra acciones, como ciudadanos, están amparadas bajo la Constitución Política de Colombia, que Catalina Botero, quien hizo parte de la más reciente terna para elegir magistrado de la corte constitucional, describió como “el pacto que nos une en medio de todas nuestras diferencias”.
Y si hay un lugar en donde nuestras diferencias y nuestros intereses se ponen en juego hoy en día, es internet. Karisma se dedica, entre otras cosas, a investigar de qué manera las políticas públicas diseñadas por el gobierno y aprobadas por el Congreso de la República interfieren, violan o rompen ese pacto que tenemos los colombianos y que también es válido para proteger nuestras acciones en la red.
¿Por qué lo hacemos y de qué manera? Voy a dar 3 ejemplos.
1.Diego Gómez, un biólogo de la Universidad del Quindío, que compartió en Internet una tesis de maestría de la Universidad Nacional, sin autorización del autor, enfrenta hace más de 3 años, un proceso penal en su contra por violación a los derechos de autor. El caso de Diego, es una muestra clara del tipo de discusiones que como sociedad enfrentamos cuando pretendemos aplicar a prácticas comunes en Internet, un conjunto de leyes pensadas hace décadas para el ámbito analógico de bienes escasos y teniendo en cuenta solo las necesidades de protección y la lógica del mercado. Estas leyes desconocen las transformaciones que ha generado Internet como herramienta para la creación, producción y distribución de contenidos.
El caso de Diego es muy importante para Karisma, porque significó volver al terreno de las campañas de activismo. Ya lo habíamos hecho en el 2011, cuando el gobierno Santos presentó la reforma a la ley de derecho de autor colombiana, y cuando en internet miles de usuarias y usuarios se conectaron al debate en el congreso, transmitido vía streaming, rechazando este proyecto que iba en contra del internet libre y abierto que conocemos.
La campaña con la que Karisma se propuso acompañar a Diego, se llama #compartirnoesdelito y hoy cuenta con el apoyo de movimiento por el acceso abierto al conocimiento a nivel mundial, que tiene como objetivo que las investigaciones científicas, especialmente aquellas que se hacen con dineros públicos (que son la mayoría), circulen sin restricciones comerciales, legales o técnicas, a texto completo y con una licencia que permita su reutilización.
2. El proyecto Cokrea. Cokrea es un proyecto de co-creación colaborativa de Recursos Educativos Abiertos (REA) entre docentes del suroccidente colombiano. Especialmente docentes del Cauca. Se trata de una invitación que Karisma le hace un grupo de docentes que, en su mayoría ha participado durante los últimos años, en la capacitaciones en TIC, y quienes encuentran en estas tecnologías, herramientas muy valiosas para el trabajo que hacen con sus estudiantes. El proyecto de investigación acción-participativa tiene como objetivo que los docentes co-creen recursos educativos (guías de clase, talleres, multimedias) pero que lo hagan bajo la lógica de lo abierto, en Internet. Es decir, que reutilicen contenidos libres, licenciados con creative commons, y que los adapten a sus propios contextos y a su vez que lo que ellos creen también circule de esta manera.
El valor que le veo a coKREA es que pone al docente de básica primaria o de secundaria en el papel de co-creador. Le propone que se ella o él mismo quien genere los contenidos para su clase (esto no es nuevo, pasa todo el tiempo, pero estamos muy acostumbrados a recibir los libros de texto, que son estándar, que no responden a un contexto) Y claramente no es lo mismo hablar de la minería en Santander de Quilichao, que en el Gimnasio Moderno en Bogotá.
Los resultados de cokrea están disponibles en línea. Son aproximadamente 10 recursos educativos abiertos, pero más allá de esta materialidad de los recursos, los profesores que participan en cokrea, se han convertido en embajadores de lo abierto en Colombia. Se dieron cuenta de que, así como Diego se encontró con una puerta cerrada, ellos tenían el poder de que sus estudiantes, pudieran encontrar el camino hacia el conocimiento abierto.
En cokrea, Karisma se involucra entonces como coordinador de un proyecto de investigación, que cuenta con coordinadores e investigadores locales en Popayán.
3. Y por último, y para no dejar la impresión de que Internet es como mi religión y que solo veo maravillas en ella, quisiera hablar de la última encuesta sobre mujeres y tecnología que publicó recientemente la Web Foundation. Colombia fue el único país latinoamericano que entró en el estudio y aquí Karisma participó como la organización local encargada de realizar el análisis cualitativo de los datos de la encuesta.
A nivel mundial, la encuesta revela que las mujeres somos 50% menos propensas a acceder a la Web que los hombres en los países en desarrollo. Y eso significa además, que frente a los hombres somos entre 30 a 50% menos propensas a utilizar Internet para aumentar nuestros ingresos o participar en la vida pública, es decir, a expresar puntos de vista controvertidos, a opinar, a buscar información sobre salud sexual, derechos reproductivos.
Es claro que en esta lectura también tenemos que considerar que Colombia tiene una de las tasas más costosas de internet fijo mensual de la región y la asequibilidad es la razón principal del por qué las personas no tienen acceso a internet. Aunque, paradójicamente, las cifras que nos presenta el gobierno en materia de conectividad son bastante alentadoras. Entonces parece que estamos confundiendo conexión, con apropiación y son acciones bastante diferentes.
Si no consideramos estas diferencias entre acceso y apropiación, entre la forma en la que nos estamos relacionando y haciendo uso de la web, pues seguiremos pensando que somos un país súper conectado a las tecnologías. Y que todos estamos en la misma página, cuando lo cierto es que aún nos falta un camino muy largo por recorrer. Algo que algunos teóricos llaman “la última milla”. La más difícil de conectar, la que está más lejos, no solo geográficamente sino a nivel de educación y de capital cultural.
En Karisma defendemos internet como un espacio para el ejercicio de derechos fundamentales, para que, a pesar de reconocer que está inmersa en la dinámicas del mercado, no pierda la arquitectura libre sobre la que fue construida, en donde las personas somos capaces de imaginar, de crear, de compartir, de sentirnos dignos y enriquecidos con lo que hacemos en ella.
A mí me parece que vale la pena creer en relatos como el de Levi sobre el génesis “centauresco” para leer Internet como un caos, como un caldo de creación colectiva que no ha parado de hervir.
*María Juliana Soto, Comunicadora social y activista de la cultura libre. Trabaja en colectivos de radio y arte. Líder pública de Creative Commons en Colombia.