Por Amalia Toledo
Quienes trabajamos en temas de derechos y tecnología escuchamos y repetimos continuamente que internet es un espacio democratizador, que ha supuesto un quiebre y que ha promovido la multiplicidad y diversidad de voces. Distinto a los medios tradicionales como la radio, la televisión o la prensa escrita, poder expresarnos en esta época no depende de la opción de un micrófono radial o televisivo abierto para opiniones, o de que nuestra carta al periódico sea publicada. Hoy en día, si nos apetece comentar una noticia, muy probablemente, el diario digital tiene un foro de comentarios en donde podemos participar fácilmente. También tenemos las redes sociales para comunicar nuestras opiniones sobre una noticia y dirigirla, incluso, a quien la escribió. Podemos, además, crear nuestros propios contenidos en diversidad de plataformas digitales. Es la era de los prosumidores.
No cabe duda que internet ha potenciado la libertad de expresión. Tampoco es equivocado señalar que las mismas dinámicas que emergen también están excluyendo e impidiendo el ejercicio de este derecho. Y hay quienes lo sufren más que otras personas, por ejemplo, mujeres, personas de la comunidad LGTTTBI o minorías étnicas. ¿No les llama la atención que sean los mismos grupos de personas que sufren continuamente discriminación y violencia? Pues sí, internet no es muy diferente del mundo analógico ni es la panacea de los derechos. El ciberespacio también se usa para trasladar, e incluso amplificar, realidades sociales que son continuamente denunciadas y rechazadas, pero que aún persisten y se siguen multiplicando: la misoginia, el sexismo, la homofobia, etc.
Con esto como norte, el año pasado nos embarcamos en un proyecto para identificar manifestaciones de misoginia en internet y sus consecuencias dentro de un grupo muy específico de mujeres: las periodistas. En un país en donde el periodismo es una profesión de alto riesgo, las amenazas y violencias contra este gremio se han normalizado. Pero peor aún, ni siquiera se distingue cuando se está ante una violencia basada en género. Y eso fue lo que quisimos explorar, porque la violencia que reciben las periodistas en la red suelen ser diferentes a las de los hombres que ejercen la misma profesión. Esas violencias no son más que manifestaciones de misoginia.
De acuerdo a un mapeo de violencias contra las mujeres relacionados con la tecnología llevado a cabo por la Asociación por el Progreso de las Comunicaciones (APC), el grupo de mujeres profesional con perfil público que participa en espacios de comunicación, entre ellas las periodistas, están entre las 3 categorías de mujeres que principalmente experimentan violencias de género en línea. La elección del grupo, por tanto, no es para darle poca importancia.
¿Qué sucede en Colombia? Eso quisimos explorar en este proyecto. Para ello, contamos con la colaboración de la Fundación para la Libertad de Prensa y con un grupo de 25 periodistas que aceptó nuestra invitación para discutir esta temática. De las reuniones que sostuvimos, compartimos algunos de los resultado que pudimos identificar:
Las periodistas son doble víctima de violencia: por su profesión y por ser mujeres
La violencia contra periodistas se entiende como gajes del oficio. Pero no se reconocen ni se distinguen los tipos de violencias que reciben mujeres y hombres que ejercen esta profesión. Y la realidad es que hay una diferencia entre las causas (profesión) y las formas (discurso/género). Ahí es donde encontramos que las periodistas son sujetas a violencia basada en género, aquella dirigida a ellas por el hecho mismo de ser mujeres.
Es decir, los ataques en línea a una mujer tienden a ser personalistas con frecuentes referencias a las relaciones personales y familiares; descalificativos en cuanto a la apariencia física y la capacidad intelectual; y sexualizados, en donde el cuerpo es usado como arma y campo de batalla. La intimidación no cae en las ideas o los argumentos, sino más bien en el hecho de que es una mujer quien se expresa y opina públicamente.
Una de las periodistas que participó en nuestro proyecto contó la historia de una compañera de trabajo de un proyecto de comunicación feminista, que fue víctima de violencia física y en línea. Antes del ataque físico, las redes sociales fueron el espacio inicial para intimidar y amenazar a esta periodistas. El lenguaje utilizado en estos mensajes es bastante diciente: “cuidado que te vamos a violar…”, “eres una niñita que no sabes lo que estás hablando…”, “perra…” Las caracterizaciones son distintas para la periodistas y las etiquetas importan más, pues buscan dañar la reputación y el buen nombre, además de silenciarlas.
La violencia basada en género en internet tiene consecuencia reales en las prácticas periodísticas
¿Es internet real? es distinto a cuando caminamos por la calles y nos insultan o atacan, en donde las posibilidades de identificar a la persona agresora son mucho mayor, internet no nos permite conocer tan fácilmente quién nos intimida o amenaza. Por eso, suele concebirse como un espacio sin consecuencias reales y como un lugar ficticio, donde las identidades están ocultas. La realidad es que la violencia en línea si produce consecuencias en sus víctimas, en especial cuando los ataques son personalizados.
Las historias de las periodistas mostraron una y otra vez que ser víctima e incluso conocer a una víctima mujer de ataques digitales tiene un efecto importante en sus prácticas periodísticas y en su comportamiento en la red, pero, sobre todo, en lo que dejan de decir. Fue recurrente escuchar que después de reconocer a internet como un espacio de violencia, algunas periodistas tomaron la decisión de cerrar cuentas en redes sociales u otros medios públicos; de cuidar qué decir y publicar; de pedir cambios de sección en los medios donde trabajan; de usar pseudónimos o alter egos para evitar que el debate público se personalicen o torne violento; o de alejarse de la escena del periodismo temporal o permanentemente. En fin autocensurarse.
El miedo de que las amenazas se concretaran es el motor de esos cambios de hábito, provocando altos niveles de estrés, pérdida de ingresos y hasta del trabajo. Si se mira con más detenimiento, esto tiene también el efecto de reducir la representación de la mujer en el periodismo digital. Pero más aún, impulsa la autocensura, impidiendo que la sociedad pueda escuchar voces femeninas en el periodismo y reduciendo la participación de la mujer a espacios no tan públicos ni de tanta resonancia en un era donde la tecnología es crucial.
Percepción de que las violencias basadas en género quedan sin respuesta y/o apoyo por parte del propio gremio, la academia, las autoridades y las plataformas digitales en donde ocurren.
La equivocada idea de que lo que sucede en internet no tiene consecuencias en el mundo real, además, provoca cierta apatía por parte de la sociedad. Una de las decepciones más grandes expresadas por las periodistas es que ante mensajes vejatorios su entorno más cercano -laboral y personal-, de manera bien intencionada, suele aconsejar que ignore o no le preste atención a los comentarios, creando un sentimiento de indefensión. De otra parte, la academia muestra indiferencia ante esta problemática y apenas son temas que se discuten. El gremio también parece indolente ante esta situación y no es para menos, cuando esas mismas violencias –y discriminación– suelen vivirlas las periodistas dentro de las redacciones.
La respuesta del Estado ante denuncia de amenaza o intimidación en línea resulta ser muy lenta o inexistente. Las autoridades que reciben las quejas, por lo general, no saben cómo manejarlas, tienen recursos precarios o no entienden las amenazas, pues, al ocurrir en internet, no las considerar como reales. Mientras tanto, las empresas que gestionan las plataformas donde más ocurren estas violencias –por ejemplo, Twitter, Facebook, los medios de comunicación– no parecen tener estrategias acertadas para atender denuncias directas o para minimizar manifestaciones de misoginia. Aquellas periodistas que expresaron haber hecho denuncia a alguna plataforma digital nunca recibieron respuesta.
La percepción, entonces, es que las mujeres deben recluirse a los espacio socialmente aceptados, asumir un papel pasivo, de lo contrario, la culpa de la violencia no es más que suya por atreverse a transgredir el status quo.
Ciertos temas desencadenas las violencias basadas en género
Existe una idea errónea de que en el periodismo las mujeres son más aptas para cubrir temas suaves, como asuntos sociales, cultura y entretenimiento. En cambio, los periodistas hombres son mejores para tratar las noticias ‘duras’, es decir, política, judiciales o deportes. En el momento en que alguna mujer entra a cubrir cualquiera de estas temáticas duras, se convierte en un objetivo declarado de una audiencia mayoritariamente masculina, aunque también se encuentran voces femeninas manifestando violencia de género.
Otros temas que desatan la violencia son los relativos a los derechos de las mujeres, el feminismo o de la comunidad LGTTTBI, al género y feminismo, a la denuncia del sexismo y el machismo en la sociedad. Escribir sobre estos asuntos provoca agresiones e insultos que buscan deslegitimar el feminismo y reducir el poder de influencia pública de las mujeres a su mínima expresión.
Conclusiones
Existe una gran ignorancia de todas las partes –víctimas, autoridades, medios de comunicación y la sociedad en general– sobre cómo se manifiesta la misoginia en internet, en particular, contra las periodistas. El panorama aún es bastante desconocido, por lo tanto, aún queda mucho más por estudiar y analizar para entender a profundidad las causas y consecuencias de la cibermisoginia en el campo del periodismo en Colombia. Visibilizar estas manifestaciones, además, resulta importante a la hora de sensibilizar a las diferentes partes y de buscar soluciones que permitan que internet sea esa gran espacio democratizados del que hablamos al inicio. El silencio que incita la violencia de género en internet no debe ser ni permitido ni aceptado. Hace falta desnaturalizar las violencias hacia quienes ejercen una profesión de gran interés público como lo es el periodismo.
Mientras tanto, este proyecto nos permite reconocer que el camino por recorrer es largo y que todas las partes tienen un papel que jugar. El Estado debe renovar su compromiso para con la equidad de género y promoverlo activamente en todos los niveles. Además, las autoridades encargadas de atender denuncias de violencias de género en internet deben desarrollar y/o mejorar sus capacidades para hacer frente a esta problemática.
Las empresas dueñas de las plataformas digitales, sin duda, tienen que actuar más asertiva y adecuadamente ante manifestaciones de misoginia. Los medios de comunicación, el gremio periodístico y la academia debe despertar y establecer estrategias, lenguajes incluyentes, lineamientos y/o políticas que promuevan una cultura de tolerancia y rechazo a todo tipo de violencias, en especial a aquellas basadas en género, educando a las audiencias y a sus equipos de trabajo.
Es indiscutible que la alfabetización digital debe no solo ofrecer habilidades claves para utilizar las tecnologías digitales, sino también aquellas que promuevan conductas éticas y debates que enriquezcan el conocimiento colectivo y fortalezcan la pluralidad de ideas y opiniones.
Por último, es necesario que las periodistas conozcan y apliquen las mejores prácticas de autocuidado y seguridad digital. Aunque esto no va a frenar las manifestaciones de misoginia, sino puede ayudar a prevenir algunos ataques y minimizar vulnerabilidades. La creación de redes de apoyo y solidaridad también es otra forma para empoderarse y enviar el mensaje claro de que las mujeres tenemos igual derecho a expresarnos en cualquier medio sin temor a que pueda pasar. Además de informarse sobre cuáles recursos están disponibles para hacer denuncias, estrategias para contrarrestar violencias y establecer rutinas de capturas de pantalla que permitan guardar información sobre las violencias.
¡Ocupemos internet y dejemos escuchar alto y claro nuestras voces femeninas!
Los invitamos a ver estos videos de periodistas hablando sobre el tema, los cuales hacen parte de AlertaMachitroll, nuestra campaña para identificar violencias en línea y visibilizarlas a través del humor, la cual regresa con todo su poder este 27 de febrero:
Descarga y consulta: Misogyny on the internet.