Por Amalia Toledo
Días atrás la periodista Teresita Goyeneche sufrió acoso sexual en internet por parte de un conocido que llevaba un rato enviandole mensaje vía internet. Su estrategia para intentar parar a esta persona fue publicar el mensaje acosador, que también incluía una foto de ella tomada sin su consentimiento, en su muro de Facebook. Su intención era hacer una denuncia pública contra la persona y ver si así paraba de acosarla. Lo que a continuación sucedió no es justamente lo que una víctima quisiera. Primero, la red social bajó el contenido considerando que era ella quien estaba acosando a la persona. Segundo, su cuenta de Facebook estuvo bloqueada por unas horas. Tercero, Teresita fue denunciada por el acosador ante la policía por amenazas y, de paso, sufrió una campaña de intimidación y desprestigio. Sorpresivamente, el desenlace de este caso fue favorable para la víctima, pero muchas veces sucede que esa no es la suerte que corren las mujeres que sufren acoso sexual.
Este caso me dejó pensando en la reacción de Facebook ante casos de acoso sexual, misoginia o matoneo. Para que el contenido publicado por Goyeneche fuera removido y su cuenta congelada por unas horas, alguien o un grupo de personas tuvo que denunciar a Facebook –no es loco pensar que el acosador fue el o uno de las personas denunciantes-. Y esa denuncia tuvo más efecto que la estrategia perseguida por la víctima, convirtiéndola en la acosadora. ¿Por qué pasó esto? ¿Cuál es el mecanismo que se activan en estos casos?
Cada red social o plataforma en línea suele contar con una políticas de uso o estándares de la comunidad que no es otra cosa que las reglas del juego que aceptamos al abrir una cuenta o al usar sus servicios. Con los años, las empresas tecnológicas han ido, si se puede decir así, mejorando sus reglas de juego, definiendo con mayor claridad las conductas no aceptadas en la plataforma y los mecanismos para denunciar contenidos abusivos (p. ej. discursos de odio, acoso sexual, imágenes íntimas no consentidas, etc.), entre ellos, la moderación de contenidos denunciados. Las grandes compañías de Silicon Valley como Facebook, Twitter, o Google incluso han empezado a conversar con organizaciones de la sociedad civil, grupos de víctimas, comunidades, etc., para entender qué está pasando, escuchar las preocupaciones de estos grupos y, a partir de ahí, pensar en soluciones. No se puede negar que es un gran avance. Y no hay duda que ha habido mejoras en sus políticas y prácticas.
Ahora bien, como participante de uno de estos encuentros puedo decir que aún queda mucho camino por recorrer para que esas charlas lleguen a ser enteramente productiva para ambas partes. Esto es particularmente cierto en relación con Facebook, que fue la que me invitó a uno de estos encuentros. De ahí salí con muy mal sabor. Es decir, agradecí las buenas intenciones, pero quedé insatisfecha. Y el caso de Goyeneche reavivó mi frustración con Facebook, sobre todo, con la gran falta de transparencia en cuanto al mecanismo de moderación de contenidos abusivos. Poco se sabe y dicen sobre cómo opera, quiénes hacen parte de los equipos de moderación, qué porcentaje de mujeres y hombres forman parte de estos equipos, de dónde proceden, qué y tipo de capacitaciones reciben, qué criterios específicos siguen para tomar decisiones, cómo subsanan el carácter inherentemente descontextualizado de los comentarios digitales a la hora de evaluar los casos, entre otras.
Y no se trata de que no hayamos preguntado, sino simplemente es información que aún no comparten y que solo responden con generalidades. No conocer esta información impide hacer una análisis más detallado de este mecanismo y pensar conjuntamente en formas de hacerlo más efectivo. Al final de cuenta, no me vale con saber que quienes hacen moderación de comentarios reciben continua capacitación –a saber sobre qué–, si sus prejuicios parecen guiar su decisiones. No hay nada más que ver el cabreo de Zuckerberg por la aparente censura interna de las expresiones de apoyo al movimiento Black Lives Matters en la famosa pared de firmas dentro de la compañía.
Esta frustración no solo la tengo con redes sociales –bueno, para ser justa, más bien solo con Facebook, que fue la que me convocó y me dejó sin respuestas–, sino también con los medios de comunicación. ¿Por qué? Si en ocasiones cuesta ver el verdadero compromiso de las empresas tecnológicas para erradicar o combatir la misoginia y la violencia de género en la red, con los medios de comunicación casi ni se vislumbra. A parte de campañas puntuales que puedan apoyar, sus contenidos y prácticas dejan muy claro que no tienen un compromiso contra la igualdad de género. Y esto es una deuda que tiene con la sociedad para la que trabajan, con las comunidades en líneas que están continuamente construyendo en sus plataformas, pero sobre todo con el grupo de mujeres que forman parte de sus equipos de trabajo.
Esa falta de compromisos puede cambiar si hay determinación y voluntad. Y no hay nada más que ver el ejemplo del periódico británico The Guardian, que ha decido que, por el bien de la libertad de expresión, buscará estrategias que establezcan el tono de discusión en sus foros digitales con el fin de que su plataforma motive el debate respetuoso, constructivo y plural. Para lograr eso, entre otros, ha decido hacer moderación de comentarios en “un proceso cuidados que tiene como objetivo hacer curaduría de lo mejor de la web y permitir que emerjan las voces de personas expertas y la discusión reflexiva”. Esto incluirá políticas y prácticas que protejan a sus equipos de trabajo del acoso y la violencia en línea, como también procesos que sirvan para educar a su audiencia de lo que es y no es aceptable en la plataforma.
Este gran esfuerzo no se queda solo en buenas intención, sino que ha empezado a materializarse en un diagnóstico y discusión recogida en la serie titulada The web we want, donde se revisan los problemas, se exploran soluciones y se comparten dudas, desafíos y hasta prácticas actuales. Este proyecto me infundó esperanzas de que sí es posible que las cosas cambien, que realmente lo necesario es la voluntad de asumir posturas a favor de la igualdad de género, y explorar y poner en práctica alternativas. Quizá ahora que el escenario de posconflicto y reconciliación se va haciendo cada vez más posible, los grandes medios del país se inspiren en esta iniciativa y pongan en marcha una aventura similar que ayude a construir una cultura de tolerancia y respeto. Soñar no cuesta nada.