Estimadxs congresistas, que la educación rural durante el COVID-19 no sea peor

2020-06-14 Leer en voz alta

Por Carolina Botero

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Desde hace un par de años se debate un proyecto de ley para “restringir” el uso de los celulares en las aulas, como si usarlos mal fuera un gran problema en todas partes. De aprobarse, puede llegar a restringirse el uso del único dispositivo con el que cuentan muchos niños y niñas en el campo para comunicarse. Algo más que arbitrario en medio de esta pandemia.

El 22 de abril Cero Setenta publicó “Menos del 10% de los niños en el campo tienen computador para recibir clases durante la cuarentena”, algo que también había mencionado el Laboratorio de Economía de la Educación de la Universidad Javeriana. Esta foto que teníamos de la educación en el campo colombiano se confirma con los hallazgos publicados por la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico) en respuesta a la pregunta: ¿el COVID-19 está ampliando las brechas educativas en América Latina?

La OCDE afirma que hay tres lecciones de esta transformación digital para nuestra región: Primero, la afectación a los estudiantes por el cierre de las escuelas depende de la preparación que tengan escuelas, rectores y profesores para implementar tecnología digital. En segundo lugar, la forma como los hogares se afectan con ese cierre difiere según el acceso y uso de dispositivos digitales e internet. Finalmente, los estudiantes de hogares con un apoyo menos fiable de sus padres son los que más sufren. A partir de este diagnóstico la OCDE ofrece consejos para los gobiernos.

Adicionalmente, como si necesitáramos resaltar la desigualdad estructural de nuestro país, este documento de la OCDE muestra otro dato preocupante: de los países PISA en América Latina, Colombia es el que presenta la brecha más grande de acceso a computadores con internet entre los estudiantes más ricos y los más pobres. Es decir, nos está diciendo que efectivamente los dispositivos en manos de niños y niñas en la ruralidad si acaso son celulares.

Sin duda, nuestros gobiernos no la tienen fácil. Por un lado, en estándares OCDE, no estamos preparados para la virtualización, y, por el otro, como advierte Julián de Zubiría, tampoco tenemos lo que se necesita para el retorno a clases con los protocolos de bioseguridad requeridos. Aun si volviéramos en los próximos meses habría alternancia, la presencialidad no está a la vuelta de la esquina y no hay dispositivos para los estudiantes en el campo.

Zubiría pidió que se escuche a las regiones y propuso que se garantice el acceso a internet gratuito para todos los niños y niñas del país en estratos 0, 1, 2 y 3, con el fin de que la mayoría se pueda quedar en casa. Es una propuesta importante, que en todo caso exige pensar que no reabrir las escuelas significa una posición complicada para la reactivación económica, especialmente para las mujeres cuidadoras, y que subsidiar internet en nada cambia la ruralidad desconectada, pero eso va por otro lado.

Atención, que lo que se pide va más allá de lo que en su momento el gobierno desarrolló para enfrentar el cierre de las escuelas a través del plan de 1GB y 100 SMS gratis por un mes, algo que además finalmente se implementó más como un incentivo para descargar CoronApp que como respuesta al reto educativo. Pero tener acceso a internet no sirve sin el dispositivo.

Ilustres congresistas, ante la evidencia de la gran desventaja en que están los estudiantes rurales, no pueden privarlos del único dispositivo al alcance de la mayoría, el celular. Detener este proyecto sería también incorporar visiones diferenciales del país, en línea con el llamado de atención que hace Zubiría sobre oír a las regiones.

Como estamos lejos del ideal de que toda Colombia tenga internet de buena calidad, es importante también ver que la ruralidad desconectada es una gama de grises. No solo hay sitios donde va a ser difícil que llegue internet en mucho tiempo, también hay diferentes tipos de desconexiones. Frecuentemente hay gamas de malas conexiones y también hay comunidades que en su desconexión tienen mecanismos alternativos para acceso a las TIC, incluidas las redes locales o redes comunitarias, por ejemplo. Con estas infraestructuras se le saca el quite a la desconexión o se potencia la autonomía de las personas, y se pueden usar para apoyar procesos educativos, incluso para facilitar que los estudiantes accedan a los materiales educativos que se llevan a sus casas en sus celulares.

En Karisma, donde trabajo, hemos apoyado pilotos con redes locales para ofrecer alternativas de acceso a las TIC y sabemos que el celular es el dispositivo más utilizado para acceder a estas redes. En la ruralidad los celulares son frecuentemente el único apoyo para la educación virtual, y si se potencian, como ya lo están haciendo algunas comunidades, se suman a los dispositivos para enfrentar la situación actual. Promoviendo su uso, porque es lo que tienen, se podrá comprobar el potencial de mejorar accesos y dispositivos para el futuro.

Se debe frenar el proyecto, o cambiar su sentido entregando autonomía a las escuelas para regular los celulares. Podrían hasta promover su fomento, pero restringir su uso en las escuelas de todo el territorio nacional es un error. Restringir los celulares sería un acto de soberbia desde los privilegios de la urbe.

Nota. Otro proyecto que está en el Congreso es el del “transporte escolar en la ruralidad”. Bajo casi cualquier modalidad de reactivación escolar, esta es una necesidad para muchos estudiantes rurales, recuperar estos meses de clases va a ser difícil. Es un deber del Congreso que garanticen los recursos para facilitar el regreso a las aulas.

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